¿Cómo describir la
felicidad? ¿Cómo explicar los días de alegría para que el mundo entienda tal
cual el sentido de la vida, la alegría, el entusiasmo y la felicidad?
Estamos Mandira y yo, frente
a frente, mirándonos. Son más de once meses que la pasamos así. Es hermosa y lo
sabe. Me coquetea, me regala dulces sonrisas que hacen que mis ojos brillen y
mi corazón se acelere. Le doy un beso y se muere si es que no la apachurro. La
digo que la amo y me extiendo a su costado. Me abraza y me suelta. Me suelta y
me abraza. Somos felices. Ella ha tomado posesión de su trono. Todos me
admiran. Qué hermosa que es, me dicen, y le dicen a su madre.
Cierto pesar se dibuja en mi
rostro porque no pude estar en los momentos precisos. No me di tiempo para
disfrutar de esa gran felicidad que nos embarga a muchos que en dicho lugar nos
ubicamos.
Con Mandira, luchar contra
el sueño y descansar poco es un sacrificio que gustosos, Charo y yo lo
afrontamos, pero aquellos de verla sufrir y quejarse incluso dormida nos parte
el alma. Felizmente la pequeña no es de llorar, tan solo se queja. Pocas veces
lloró desesperadamente y es porque esos malditos dolores se apoderaban de ella.
Padecemos con ella en cada lamento. Me pongo nervioso y mi amada Charito se
aguanta para no lloriquear. Pero, entre tanta indecisión aparecen los consejos
de mi madre y de la madre de mi esposa para indicarnos que con un par de
movimientos la tranquilizaríamos. Y así es.
No tengo ningún problema, y
lo digo con mucho orgullo, en cambiarle los pañales, cantarle aunque no tan
agraciadamente alguna canción infantil compuesta en el momento, mirarle a los
ojos, cuidar de ella en las noches ante la ausencia de mami –en los hospitales
se trabaja las 24 horas–, pasear por toda la “perla escondida de los conchucos” entre mis brazos, entre sus
brazos (nota: desde que nació la pequeña no encuentro horario para actividades
personales… ella es mi actividad personal favorita, jeje). Dice, en el argot
periodístico, existe una serie de recomendaciones que suelen pasar de boca en
boca, como el Código Da Vinci, pero sin tantas vueltas, el cual señala lo
siguiente: “Cuando de cambio de pañales
se trate uno debe hacer las cosas siempre mal, de tal manera que ya nunca más
le pidan ayuda”. Ni lo pensé, ni lo dije, ni lo cumplí. Aunque ahora casi
todas las veces me toca a mí, no me peso, no me arrepiento, no me molesto. Es
más, creo que me gradué como pañalero oficial.
Pasar un fin de semana en un
lugar campestre con cancha de fulbito de césped natural, con sapitos,
columpios, atractivos espacios para las fotos del recuerdo, y muchos platos
típicos de la región como para castigar muy bien al estómago, acompañado de mi
esposa y la princesa adorable que tenemos a nuestro lado es una de las mejores
experiencias que contar. Disfrutar con ellas cada segundo, cada espacio y cada
momento es único e irreemplazable. Ese momento es el 1º de Mayo. A descansar se
ha dicho.
Sin embargo, para encontrar
la felicidad hay que pasar por un montón de peripecias. Superar entre ellas,
momentos terriblemente preocupantes. De pronto, Mandira se puso mal llegó la
fiebre, comenzó la tos, los vómitos, y con ello los nervios de Charo y los
míos. Normalmente, suaves frotaciones de la combinación entre menta y eucalipto
por su cuello, espalda y pechito era suficiente para aliviarla. Un té caliente
de matico y harto abrigo la sanaría completamente para continuar deleitándonos
con su sonrisa y su mirada todos los días. Pero no. No fue así.
Con la confianza de siempre
salí temprano al trabajo, en motocicleta, recorrer más de cien kilómetros y
emprender el plan familiar de muchas familias que aún viven en la tan mentada
situación de pobreza y extrema pobreza. Hasta este punto todo bien. Sin
embargo, ocurrió lo inesperado. Amor, ven que internaron a la bebe. Tiene un
cuadro grave de fiebre, inflamación de la garganta y flema en los pulmones. Si
no la atendemos al instante corre el riesgo de que sus bronquios se obstruyan.
Tienes que venir pronto. Mis opciones. La primera, segunda, tercera y hasta la
última tiene que ver con mi adorada princesa. Sin mirar atrás. Quinta, acelera
y hasta el Es Salud de Sihuas. No recuerdo haber sentido un dolor tan inmenso
en el corazón como aquella noche. Ver a mi tierna niña que recién cumplía sus
11 mesecitos, postrada en aquella fría cama, con las huellas del hincón en su
manita derecha y la vía en la izquierda. Su desesperación era la mía al momento
de conectar el oxígeno para nebulizarla. Su llanto opacaba mis lágrimas. Salir
de aquel horrible lugar cuanto antes, desconectar la vía y buscar otro modo más
fácil de curarla era nuestro deseo. Sufrimos tanto junto a mi niña. Pero solo
ella, tan fuerte como nadie, a pesar de lo mal que estaba supo lo que tenía que
hacer y soportar para estar bien. Lo hizo. Un poco más tranquilo retorné al
trabajo, aunque la preocupación me acompañó a todas partes.
Sale de una para entrar en
otra. Mi expresión fue de cólera. Perdí la paciencia. No es posible que los
males no dejen en paz a mi bella adoración. Ahora la diarrea. Se está
deshidratando y solo consume agua, bastante agua. Es doloroso porque su apetito
ya se estaba pareciendo al de papá comelón. Ahora a las justas tolera 2 o 3 cucharadas
de cada comida y agua, agua y nada más.
En fin, estamos con ella y
sabe que no la dejaremos sola. Pero sabe también que en algunos momentos
tenemos que dejarla. Ya saben. La cuestión laboral y esos quehaceres que nos
hacen buscar lo que tanto falta en este mundo. Algunos días atrás su
comprensión nos sorprendía. Sin reclamos solo lo aceptaba. Ahora ya no. Su
tristeza nos entristece aún más cuando tenemos que trabajar. Es difícil pero
que va. Lo tenemos que lograr. Estamos los tres metidos grandemente en ello. Más
allá de eso, mi niña de mi corazón está hermosa y risueña. Digna de ser
devorada a besos. Es muy graciosa y lo mejor de todo es que no llora,
simplemente se queja. Si tiene hambre exige que le den teta, pero nada de
llantos. De todo se ríe, sobre todo, en esos en los que tengo que hacer el
ridículo correteando detrás de las cosas que ella tira, lanza carcajadas con
gritito incluido. No se imaginan la felicidad de la nena cada vez que bota una
cosa tras la otra mientras recojo una por una sin lograr alcanzarla.
Es inevitable verla crecer y saber que poco a poco se hace más persona. Por
ahora disfruto con cargarla, enseñarla a caminar, a dibujar, a enfrentar
situaciones que le puedan dar miedo susurrándole al oído de que todo va estar
bien, al menos esa es mi consigna. Ella responde con una sonrisa como diciendo:
“Lo sé, papá”.
Se
viene su primer cumpleaños. El primero de muchos que pasaremos. Queremos regalarle
momentos muy agradables. Un poco de tristeza
porque el mismo día estaré lejos, -asuntos laborales-. Por ello, lo
celebraremos un sábado, con un almuerzo familiar, ya sea con una u otra
familia. Me hace mucha ilusión pasar su primer cumpleaños junto a Charo y
Mandira, mis dos reinas. Debo confesar que desde que me convertí en el padre
más feliz del mundo –humildemente y sin soberbia de por medio- la vida tiene
otro esplendor. Obviamente, aquello que conocía como gran amor, se multiplicó y
se infestó de sensaciones que van desde la sobre protección bien llevada hasta
una nueva responsabilidad que hizo que le tenga más respeto al más allá. Yo, un
comunicador de 29 años, que día a día sigue creciendo y alcanzando metas
profesionales, que tiene unos padres maravillosos y una familia espectacular,
que sabe lo que es luchar desde abajo, puedo jactarme de ser un hombre feliz,
consagrado. Obviamente, seguiré cosechando alegrías y méritos de aquí en
adelante, pero nada será tan importante como el tratar de ser un gran padre
para mi pequeña. Ese es y será el gran oficio de mi vida.
Cada vez que me pongo a jugar con Milagros Mandira, me siento feliz por lo dichosa que es. Al verla reír, patalear, gritar me siento vulnerable y me reconozco frágil. Peor aún cada vez que me enseña esas preciosas encías: es difícil expresar lo que se genera en el interior, pero cada vez que me regala una carcajada tengo que desenredar, entre lagrimones, un enorme nudo que aprisiona al corazón con la garganta y el estómago. Me pregunto si sentirá en cada abrazo exagerado lo mucho que significa para nosotros. Me imagino que sí… se le ve feliz…
Cada vez que me pongo a jugar con Milagros Mandira, me siento feliz por lo dichosa que es. Al verla reír, patalear, gritar me siento vulnerable y me reconozco frágil. Peor aún cada vez que me enseña esas preciosas encías: es difícil expresar lo que se genera en el interior, pero cada vez que me regala una carcajada tengo que desenredar, entre lagrimones, un enorme nudo que aprisiona al corazón con la garganta y el estómago. Me pregunto si sentirá en cada abrazo exagerado lo mucho que significa para nosotros. Me imagino que sí… se le ve feliz…
Estamos de vuelta...?
1 comentario:
lo que aquí escribes mi amor es conmovedor; es cierto todo lo que pasamos con la nena, preocupaciones, tristezas, angustias cuando se pone malita; pero sobre todo alegría y felicidad en cada instante del día al verla sonreír dar sus pasitos cogida de nuestras manos, siempre juntos, jugando y riendo con ella... estoy contenta y feliz por que Dios me dio una familia de oro un hogar feliz con un esposo adorable y maravilloso como tu que no mide sus esfuerzos y da todo de si por hacernos feliz.. te amo mi vida te amo tanto.
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