“Es preciso recordar que siempre hay un
futuro, futuro que es inexorablemente incierto. Con esto no quiero dar un
mensaje de pesimismo, ni mucho menos, ya que la incertidumbre puede terminar
tanto negativa como positivamente, con la ventaja de que el ser humano tiene
facultades para inclinar la balanza a su favor. Es verdad que no siempre lo
conseguirá (y peor aún: que habrá ocasiones en que alguna tendencia de tipo
suicida lo haga recargarse en el platillo opuesto), pero de cualquier modo, la
fuerza mayor radica en el simple hecho de que se puede (y se debe) luchar a
favor de lo positivo”. Es uno de los grandes mensajes que se guardan en
memorias de Roberto Gómez Bolaños, Sin Querer Queriendo.
El día que me inserté plenamente en su lectura reía a carcajadas, mientras mi madre y mi hermana me acompañaban en el disfrute sin saber por qué. Dime por qué te ríes, me preguntaban. Por qué te ríes, le respondía. Y seguíamos riendo imparablemente.
Nació un 29 de febrero de 1929, gracias a la respuesta categórica de su madre quien ante la insistencia de su tío Gilberto sobre la necesidad de deshacerse del producto porque iba a ser consecuencia de riesgos fatales, dijo un no categórico, con un tono de firmeza y convicción que no admitía réplica. Es así como nació este genio del humor.
Cambió sus aspiraciones de ser ingeniero civil por la de un excelente comediante. Fue porque el profesor Esteban Salinas le puso un 5 cuando debió haberse sacado un 6 o 7 para poder aprobar el curso de topografía. Le reclamó airadamente al profesor porque consideró injusta su calificación. Sin embargo, el profesor se defendía de los posibles golpes que le iba a propinar, diciéndole que es probable que tenga facilidad para la matemática y otras disciplinas similares, pero le aseguro que su futuro está en otros territorios. Años después, mientras grababa uno de sus programas en Televisa, se le apareció el profesor Salinas preguntándole si, de casualidad, se acordaba de él. De casualidad, no –le respondió–. Me acuerdo de usted con toda precisión y con el mayor de los agradecimientos. Y se fundieron en un eterno abrazo.
Nos regaló sonrisas. Nos conmovió enormemente. Nos asustaron los espíritus chocarreros y el otro gato en la casa de la Bruja del 71. Le apuesto quinientos mil palos verdes a quien se atreve a decir que recuerda tan solo una escena. Ojo, solo una. Y sin trampas. Que levante la mano quien dijo yo.
Roberto Gómez Bolaños. Primo de Andrés Bolaños. Sí, así dice mi abuelo. Creó inolvidables personajes como El Chavo del Ocho, Chómpiras, Chaparrón Bonaparte, Vicente Chambón, El Dr. Chapatín, El Chanfle, El Chapulín Colorado. Cada uno con su propia enseñanza. Cada uno con su poder peculiar de alegría, tristeza y emoción. Todos con ‘Ch’. Con la ternura de un niño, con los poderes más disparatados de un superhéroe, con la torpeza de un ladronzuelo; eso y más, disparatados episodios que nos hicieron llorar de alegría. Siempre, por siempre. En cada emisión, sin siquiera darnos cuenta si tal escena se vio una y mil veces.
“Silencio, cámara, acción”, “El Ciudadano Gómez”, “Los súpergenios de la Mesa Cuadrada”, “Los Caquitos” “Once y Doce”, la gran película “El Chanfle y tantas obras especiales y fantásticas que este genio de la comicidad logró construir. Pero la que recordaremos por siempre son las basadas en el gran “Chespirito”, un genio inspirado en otro grande, Shakespeare.
Ahora bien. ¿Saben cuál fue el capítulo que más me conmovió de El Chavo del Ocho? El día que toda la vecindad le acusó de ladrón y él se empezó a despedir con nada más que un palo de escoba y una bolsita con sus pocas pertenencias y la poca dignidad que le quedaba, porque su única propiedad que al parecer era el barril, ni cargarlo podía. Pero su inteligencia era tal que hasta una situación triste la culminaba con una escena que nos llenaba de carcajadas. Todos le rogaban “No te vayas Chavo”. Don Ramón le ruega que no se vaya y le regala una gran cantidad globos. Y, míralo eh. Los globos fueron tantos que comenzaron a ascender llevándoselo a él por los aires. Increíble. Otra escena memorable es la de Acapulco, la que culmina con una hermosa canción entonada al anochecer. Ahora Don Ramón y Doña Clotilde le reciben con los brazos abiertos, lo mismo que Godines y Jaimito El Cartero. Y lo mejor de lo mejor. Al gran Chespirito se le rindió innumerables homenajes en vida. Como debió ser. Como debe ser. Como fue. Por eso, decir adiós sería tonto. Un hasta pronto sólo será.
Mi abuelo, nació en 1920. Se llama Andrés
Bolaños, y fue quien más disfrutó de las ocurrencias del El Chavo del Ocho. Desde
el día en que llegó la televisión a mi gran pueblito hermoso de Huayllabamba,
se convirtió en su programa favorito. Terminábamos con urgencia las labores en
la chacra porque a las seis en punto debía estar sentado viendo su serie
preferida. Viejo, ven para merendar, llamaba mi abuelita. Vieja, si me lo traes
te llevarás un gran premio, le mentía él. No se lo perdía por nada. Hoy, el
gran Andrés Bolaños casi ha perdido la vista y el sentido del oído. Tal vez soy
una de las pocas personas a quien reconoce sin mucho esfuerzo. Y, es que ya
sabe de cómo me acerco a él siempre, abriendo los brazos, tocándole el hombro y
acariciándole el pelo. No sé aún cómo podrá reaccionar cuando le diga que su
primo ha muerto. Y, es que así decía él. El Chavo del Ocho es primo mío. Mi
apellido real es Alegre. Algunos de mis antecesores lo cambiaron a Bolaños. Eh,
ahí la relación explícita.
No hay nada más lindo que poder sonreír y
divertirse con ese gran humor sano, divertido, único, que no ataca a nadie, al
contrario, que construye y es una gran enseñanza para chicos y grandes. El ser
humano debe beber y comer y respirar aire puro y también divertirse con cosas
que no le hagan daño.
Ahora lloverán homenajes. Innumerables países
transmitirán horas y horas de programadas dedicadas al Genio. “Chespirito es a
Cantinflas como Maradona es a Pelé”, dice Carlos Álvarez quien imitó al Chavo
del Ocho llorón, aunque no recuerdo haber visto al Chavo llorando. Pero, ¿quién
no conmoverse con tan enorme pérdida mundial?
Es una noticia triste pero es inevitable
sonreír. La genialidad de Roberto Gómez Bolaños quedó grabada en nuestros
corazones. A cuatro décadas de haber sido estrenados, las ocurrencias de
Chespirito siguen vigentes.
Ahora bien, ¿saben cuál es la frase más
chistosa que yo recuerde? Son muchas, pero la que más me gusta repetirlo: “Yo
creo que ustedes están borrachos porque los veo doble”.
Querido tío abuelo. Gracias por tanta
alegría. Gracias por tantos momentos felices. Gracias por regalar lo mejor de
tu creatividad a todos los que conozco y a los demás. Gracias por llevar el
apellido de mi abuelo y por ende que yo lleve el tuyo. Tu adiós es lo único
triste que nos diste. Descansa en paz. Chespirito.
Por siempre en nuestros corazones.
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